TIC TAC ( CUENTO PUBLICADO EN LA ANTOLOGÍA CENTROAMERICANA DEL BICENTENARIO DE LA INDEPENDENCIA DE ESPAÑA ( 1821-2021)
Héctor Aquiles González Angulo (1963), panameño, educador y escritor. Ha tomado talleres de cuento y poesía con importantes escritores de su país. Ha publicado “El espejo burlón y otros relatos” ( 2012), “La última carcajada y otras minificciones” (2013), “El sabor del barrio y la calle” (2017) (cuentos) ; “El sheriff de Panamá” (2014) (novela histórica); “Cómo un muro es la pregunta” (poemas). Ha representado a Panamá en el Festival LEA (Literatura en Atenas) ( 2018) y ha formado parte de importantes antologías de cuento y poesía: “Semblanza del cuento múltiple en Panamá” ( 2021 ), “El mundo de ayer y el mundo de hoy” (2021) (cuentos); “Colibrí de papel” (2021) (poesía sobre el covid-19). Sus cuentos han sido traducidos al griego. Actualmente sobreviviendo elegantemente a la pandemia.
TIC TAC
Tic –Tac ¡Tic-tac! ¡Tic-tac! No me hicieron caso por más que argumenté con lujo de detalles, el peligro que corrían. Al final era algo absurdo que ni yo me podía explicar. Desde hacía rato lo escuchaba cada vez que iba a comprar algo a ese lugar. Como un perro me sacaron del centro comercial ante la mirada extrañada de la clientela que me miraba como bicho raro y que se fue aglomerando en las afueras de la entrada principal.
—¡Qué vergüenza tan grande!—pensé.
Esgrimí una y mil razones, pero cayeron en saco roto con mentes más duras que un muro. Qué van a saber esos guardias de seguridad que solo sirven para estar parados sin hacer nada dizque recibiendo a la gente en la puerta, piropeando señoritas y repartiendo panfletos. Falló la logística lamentablemente ante algo tan rudimentario. Comencé a correr como un loco y algunos comenzaron a llamar por radio para que me interceptaran a la salida de las garitas.
—¡Ladrón! ¡ladrón!
Quería estar bien lejos de allí… ¡Tic-tac! ¡Tic-tac! Ese ruido me estaba volviendo loco. Un martilleo constante que hería mis oídos y sobretodo de noche cuando mi cuerpo pedía el descanso a gritos después de una extenuante jornada de trabajo. Lo escuchaba intenso casi al lado de mi cama convirtiendo mis sueños en horribles pesadillas con Alfred Hitchcook como protagonista. Despertaba excitado con mis sentidos aturdidos y las sábanas revolcadas de un sudor frío. Pensé que era el reloj que había comprado un mes atrás elegante y coqueto y con furia lo estrellé contra la pared en el colmo del miedo. Panamá 277 ¡Tic-tac! ¡Tic-tac! No podía soportarlo, pero logré controlarme. No iba a permitir que me siguiera jodiendo la vida. Ni mi mujer era tan dominadora y si quería vencerlo, tenía que ser con: calma, astucia y sobretodo sangre fría. Yo era más que él y tenía que demostrárselo. Un domingo mientras regaba el jardín lo sentí débil, pero de repente, retumbó poderoso haciéndome perder el equilibrio. No me dejé intimidar. Terminé de atender mis plantas que enojadas me recriminaron la falta de agua. ¡Tic-tac! ¡tic-tac! Retomó su intensidad natural estruendosa y ya me estaba cabreando con fuertes dolores y mi corazón que quería explotar. Me subí a mi auto con dirección al centro comercial que estaba cerca de mi casa y cuando entré un extraño presentimiento me asaltó. Como un loco comencé a correr por todos los almacenes buscando el origen de ese maldito ruido. ¡Tic-tac! ¡tic-tac! Tropecé con una doña cargada de paquetes que me mandó al carajo en la salida de uno de los almacenes. Ni me preocupé por ayudarla a recogerlos. Al contrario tomé varias bolsas y se las desbaraté buscando a mi enemigo.
—Oiga que hace —me reclamó tirándome un paraguazo.
Interrumpí un acto de payasos en el carrusel cuando la risa flotaba en el aire hinchando mejillas. La gente se reía creyendo que era parte del espectáculo y no tuve más remedio que saludar al respetable que aplaudían frenéticos.
—¡Muy agradecido!¡Muy agradecido! —respondí a lo Pedro Vargas.
En el food court me metí entre las mesas mirando por debajo. Un señor enojado me recriminó con una patada en la cabeza. Panamá 278 Los comensales se me quedaban mirando sorprendidos.
—Llévense a este recabuchón –dijo una hermosa joven cerrando las piernas asustada.
En una mesa solitaria entre papitas fritas, sodas y restos de pollo estaba el origen de todo ese maldito ruido. De esa especie de fantasma auditivo que no podía ver, pero que escuchaba y esta vez estaba taladrando mis oídos al compás de mi corazón. Parecía querer reventarlos con fuerza inaudita. Me le fui acercando con cuidado. La alarma se encendió de una vez y la Seguridad prevenida iban rodeando toda el área de las comidas. Sí. Era allí, en ese vulgar cartucho que reverberaba más intenso que nunca, y fue entonces que comprendí lo que era, no pensé que todavía existieran con lo sofisticada que estaba la tecnología hoy en día en que con un simple celular se pueden causar estragos, pero en ese momento llegaron los guardias y entre gritos y empujones, sin devolverme mi cédula de identidad personal, me sacó de allí. Ese loco que la fabricó se iba a salir con la suya. Tal vez, se estaba riendo de mí viendo la escena en completa clandestinidad.
Quise advertirles… No me dejaron… Les hice un gesto obsceno con mi mano derecha. Nadie más en este perro mundo escuchó la terrible explosión, solo yo
Estresante la historia, me gustó. Me hizo acelerar el corazón al ritmo del Tic Tac
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